Ella me
miró con ojos ausentes, y escuchó con sus oídos muertos el crujir de las
cucarachas bajo mi pie.
Jairo
conduce su auto mientras Jorge devora el gusano extraído de la botella de
mezcal. El reflejo de las luces del mueble mezcla la pintura que indica los
carriles con el pavimento y yo, concentrado en las figuras que dibuja el humo
de mi cigarrillo, recargo la frente en el cristal de una de las puertas
traseras. La música ha dejado de emocionarme y se me apetece mustia, como la sensación
de boca pastosa que viene tras una excitación desmedida. Damos vuelta para
adentrarnos en un camino de tierra que guía a pueblos solitarios. La iluminación
fluorescente y azulada del vehículo me sugiere que estoy muerto y cenizas caen
sobre mi pierna. Un bache sacude el automóvil y la agitación irrita mi nuca como
un cuchillo atravesando los huesos de mi cuello. Jorge ríe y Jairo acelera de
la misma manera que hacen los aviones al despegar. Y yo siento que lo hacemos,
que los árboles junto a los que pasamos tratan de acariciarnos y que las aves murmullan
mentiras sobre nosotros.
Las
voces de la radio susurran con malicia y los rostros de mis compañeros se
deforman sutilmente en demonios dantescos. Nos detenemos en un claro para
observar el cielo, que se compadece y deja ver a su hija Venus acompañada de
Andrómeda. Un gorrión se detiene sobre mi hombro y me confiesa húmedamente <<Hay caníbales entre
nosotros>>.
Escucho
el motor del automóvil alejándose, y sabiendo que será inútil, desisto de
perseguirlo. Se va cubriéndome de vacío. La luna cae muerta y una orfandad
apabullante termina de hundir la navaja sobre mí. La existencia padece un
cambio en su composición.
Avanzo,
pisando las ramas que se compactan debajo de mis botas y el ruido proveniente
de un incierto festival me atrae hacia sí.
Sangre,
reyes y payasos bailan sobre las cenizas de la luna, cuyo matiz coincide con
las de mi pantalón. Sus miradas recorren mi cuerpo y las siento como un
hormigueo sobre mis antebrazos. Un arlequín me toma de la mano y aspiro su
aliento amenazante mientras me guía hacia la celebración.
La
agitación remueve el cadáver cremado del satélite y debajo de éste comienza a
apreciarse una fémina cuya mirada, como la de un fantasma, derrite mi
percepción, hundiéndola en el sopor. Ella se encuentra sobre un símbolo
dibujado con insectos, cuyo reflejo resalta su garganta y sus labios carmesí.
Una
lengua, tibia y húmeda acaricia mis tobillos, que se hunden en las cucarachas
mientras camino hacia ella, poseso en plenitud.
Estira su mano hacia mí, congelando cualquier intención mía de moverme.
Su cara no es la de un amigo, sino un rostro con ojos color negro hematoma y la
boca invertida. Intento gritar pero no puedo, mis sentidos se han desconectado
hacia el exterior.
La
diaforesis lubrica el roce de mi cuerpo con el de ella, que arranca las
salientes de mi pecho. De las heridas sale sangre que se mezcla con mi sudor y
Venus comienza a llorar. <<Arrancar
los ojos del cielo>> me dice
un cuervo que se eleva hacia Andrómeda, y tras lograr su cometido los frota y
coloca en las fisuras de mi piel.
El
bosque se concentra alrededor mío y de mi musa, que fuma las uñas y cabellos de
hombres doctos. Nos preguntamos el significado de la libertad y entonces las
mariposas gritan <<fatalismo>>.
La cabeza de Jairo se quema en una fogata alimentada por el gusano que sale
de la boca de Jorge.
<< Los asesinos de la emancipación quemarán
cualquier rastro de la realidad antes de huir de sus prisiones>>
Su
cadáver se convulsiona al intentar respirar. Una cuerda delgada revienta dentro
de mi cabeza y el cielo toma su venganza devorádome de manera súbita.
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