Me inyecto la
pexitona. La luna está más rosa que nunca, y sus cráteres contrastan con ella debido
a su iluminación fluorescente. Están celebrando el aniversario de su
independencia.
Estoy acostado y debido a la sustancia puedo disfrutar cada latido que da
mi corazón. El ahora se me antoja etéreo. Una nave de las más grandes se dirige
hacia allá a una velocidad mayor a la normal.
Quisiera estar en el Aloha, vagando por sus tres kilómetros de diámetro,
rodeado de aquellas personas que no pasan desapercibidas en ningún lado. Sin
embargo, estoy aquí en la tierra sobre una loma de pasto clonado. Mi único tío
vive en Alphonsus. Yo estuve viviendo con él hasta que la policía se enteró de
que no tengo permiso para continuar ahí más de lo previsto.
Mi tío es dueño de un bar conocido entre la gente como ‘La Búsqueda’. Él
es un gran patriota, por lo que a nadie le sorprende ese nombre, que hace
referencia a la independencia de su astro. Seguramente ahora todos están
celebrando con él y necesita alguien que ayude a atender el negocio con
agilidad.
John Dahl fue el hombre que comenzó aquel movimiento. Su pueblo tenía un
mayor potencial para el desarrollo al estar aislado de la retrógrada influencia
terrestre. Muchos compararon el quiebre de relaciones con el retiro que hacían
los ermitaños en la antigüedad en busca de iluminación. El pueblo selenita
había dejado de consumir productos que le hacían producirse a sí mismo. Llegó un punto en el que el ejército y el
armamento ni siquiera eran necesarios.
En la Tierra comenzaron a condenarlo, llamándolo inmoral y peligroso. Al
encontrarse con lo que ocurría, las empresas trasnacionales empezaron a tomar
medidas invasivas con apoyo de algunos gobiernos terrestres para someter a la
luna. El problema culminó con la emancipación del satélite…
Las autoridades lunares únicamente me dieron permiso de permanecer ahí
por un mes, tiempo en el que apliqué para los exámenes y trámites
correspondientes para conseguir la residencia tras la cual podré tramitar la
ciudadanía. Me fue bien, creo, pero el hecho de que me haya excedido en mi
estadía podría repercutir en la decisión final en el departamento de migración,
que me comunicará en un par de días en una carta que sólo podré recibir yo o
algún familiar.
En las celebraciones selenitas no
suele haber conflictos. De hecho ni siquiera hay que preocuparse por encontrar
un negocio honesto y de calidad si no se conoce el lugar. Todo lo contrario de
aquí. Mi tío suele bromear con sus amigos diciendo que y yo, como los demás
terrícolas, quizá tome un machete y le abra la cabeza a alguien. Y mi
sentimiento al respecto es ambivalente: me da asco la sangre, pero hay momentos
en los que quisiera ser una máquina de quitar vidas. Lo mejor para mí es que
las autoridades no se enteren de ello.
Los cineastas de la tierra evitan utilizar escenas nocturnas al aire
libre, y cuando son necesarias, simplemente se suprime el astro del cielo. Los
eclipses son ignorados y los padres regañan a sus hijos si los observan
fijamente. El satélite se ha convertido en otro tabú y hasta los astrólogos han
tenido que reformular sus mentiras.
Esa nave no es como las demás, no sólo va a
una velocidad peligrosa, sino que la turbina que la propulsa desprende fuego
verde, propio del krosano…
El orgasmo recorre
cada pulgada de mi piel. Mis huesos vibran, mis párpados también. El aire que
entra en mis pulmones es tan puro como el proveniente de un tanque de oxígeno.
Se estiran los dedos de mis pies, y los de mis manos acarician las palmas de
las mismas. Todo lo que perciben mis sentidos es mucho más claro. Me encuentro
abstraído, como una caricia en el silencio.
La nave llega a la luna, se estrella. Una explosión color azul eléctrico
convierte los pedazos de satélite que salen volando en piedras púrpura. No
importa, posiblemente sea una alucinación, pero si no lo es, tampoco importa.
No por ahora.
Los restos destruyen lo que se interpone entre ellos y su descenso al
planeta. El cielo se convierte en un espectáculo de luces y explosiones. Reviso
mi teléfono para ver la hora, su localizador indica que me encuentro en la
India, luego en Berlín, y unos instantes después la pantalla se queda en azul.
Me levanto y corro a casa, la belleza del espectáculo aumenta conforme éste se
acerca al suelo, así que volteo constantemente a verlo. Tropiezo con las raíces
de un árbol, torciéndome el tobillo. Un meteorito violeta cae sobre mi casa. A
unos centímetros de mí hay un nido de hormigas que entró en caos, y estoy
seguro de que así deben encontrarse las ciudades: individuos sin nombre
tratando de salvar sus vidas para seguir manteniendo el sistema sin el cual no
tendrían razón de existir, tratando de salvar los bienes que constituyen su
identidad. Eso sí: me resultan mucho más simpáticas las hormigas.
Más adelante, envuelto en llamas, desciende un vehículo ya casi deshecho.
Me acerco y encuentro una placa con el logotipo de la compañía que lo fabricó. Cuándo ya no queda nadie que sea capaz de
reconocer un logotipo, ¿este muere?
La luna ya no existe, pero quizá nunca dejó de hacerlo. Los sentidos
pueden engañarnos y quizá nada de lo que conocemos ha sido. Quizá para Dahl,
que murió viendo su lucha dando frutos, la luna jamás desapareció y es el sitio
más próspero que existe, una utopía.
*
Despierto
entre escombros. Alrededor hay humo y cenizas diseminadas por el campo. Me
duele la cabeza. Apenas me levanto comienzo a caminar en busca de la carretera.
Al llegar a ella decido hacer autoestop. Mi casa fue arrasada, por lo que me
dirijo a la de mi cuñado José.
Se detiene un móvil y me abre la puerta. Conduce un hombre corpulento y
de canas. Me pregunta mi nombre y yo se lo digo, se presenta y me advierte que
el camino será largo, pues hay muchos escombros. Le digo que no tengo prisa. En
la radio habla una mujer acerca de los procedimientos que se seguirán para
reemplazar el satélite y minimizar sus efectos perjudiciales. Cada pocos
kilómetros hay grúas limpiando el pavimento.
Finalmente llego a las orillas de la ciudad donde vive José. El conductor
me dice que tomará el libramiento para no pasar por ella, así que bajo y decido
hacer el resto del camino a pie.
*
Despierto en
el suelo de mi casa, rodeado de vómito que cubre el trayecto desde la puerta
hasta la sala. Me asomo por la ventana y todo sigue igual que antes. Enciendo
la radio. Hay una entrevista acerca del material con el que se fabricarán las
jabalinas para las olimpiadas del próximo año. Cambio de estación buscando
noticias relacionadas a lo acontecido antes de mi desmayo, pero no hay nada que
se mencione sobre ello.
Todo fue producto de la droga. Me
alivio y comienzo el aseo de la casa.
*
Toco a la
puerta y abre mi cuñado, se sorprende de verme y me jala dentro de su hogar,
cerrando la puerta con fuerza. Apenas abro la boca para formular una pregunta y
me toma del brazo llevándome a su sótano, al que se accede abriendo una
escotilla.
Están buscando a todos los que tienen relación con los selenitas, me
dice. ¿Y Adriana? Le pregunto. La están interrogando los agentes de la ARL, me
contesta mientras prepara una cama plegable y me convence de no salir de ahí.
Algunas horas después escucho entrar a tres personas. José dijo que
pondría una alfombra sobre la escotilla, por lo que tengo la esperanza de no
ser encontrado. Guardo silencio para escuchar lo que ocurre. La voz de mi
hermana y mi cuñado apenas se escuchan, mientras que dos pares de pies recorren
el lugar. Los agentes levantan muebles y
hacen preguntas durante varios minutos hasta que finalmente se marchan.
Se abre la escotilla y entran mis dos anfitriones. Mi hermana me abraza y
me pregunta por las condiciones de mi llegada mientras José enciende la estufa
de inducción para preparar la cena.
*
Pasan horas y
no sucede nada. Sé que debería aprovechar el tiempo que gasto procrastinando,
pero hasta levantarme del sofá me parece demasiado trabajo. Enciendo el
reproductor de música y dejo que se lleve los minutos que quedan hasta que el
hambre se vuelva insoportable y me obligue a prepararme algo de cenar. Ya no me
queda pexitona y creo que aunque me quedara no la utilizaría, al menos hasta
que mi cuerpo se libere de toda la que usé ayer.
Llega el momento y me levanto del mueble. Abro un par de latas de
conserva para vaciar su contenido en un plato y meterlo en el horno. Salgo al
pórtico y al observar el cielo me pongo nervioso. Mañana es el día, mañana lo sabré.
*
Se abre la
escotilla rápidamente y entran tres uniformados, de los cuales dos sostienen
rifles. Aquí está, dicen mientras me tiran al suelo para registrarme.
Estoy en un cuarto con una mesa y un par de sillas. Entra un hombre para
interrogarme, le pregunto el motivo por el que me apresaron y del portafolio
que carga saca una carpeta que coloca frente a mí. La tomo y comienzo a
examinarla
‘‘Secretaría de migración del GS, 16 de Febrero de 2057’’
Leo el contenido del papel que habla acerca de mi solicitud para residir
en el ahora extinto lugar. Al final de la carta, y antes de las firmas y sellos
oficiales, dice:
‘‘Queda usted aceptado. Después de estar establecido tres años en
Alphonsus, usted podrá presentar una solicitud de ciudadanía ante el Gobierno
Selenita. Además del pago de los derechos exigidos, deberá aprobar un examen de
conocimiento. ’’
*
Me despierta
el sonido del teléfono. Es mi hermana avisándome que llegó correspondencia para
mí. ¿Por qué no pones tu dirección?, me pregunta. Pues porque a ti te va a llegar
más pronto, le contesto. Voy a ir a recogerla hoy.
Salgo de casa y me detengo en la parada de autobús. Tarda demasiado, así
que pido aventón. Un hombre delgado y con el cabello negro me invita a subir.
El viaje es corto y el hombre se ofrece a llevarme hasta mi destino. Le
agradezco y le doy la dirección.
Adriana abre la puerta y me invita a pasar. José saca del sótano una cama
plegable, la cual piensa tirar a la basura. Me siento a la mesa y tomo el
sobre, lo abro.
‘‘Se deniega la residencia. Su calificación en los análisis
correspondientes es insuficiente…’’
Decido no seguir leyendo. La vuelvo a guardar y ayudo a José a hacer la
limpieza. Quizá al terminar de hacerlo vaya a buscar algo más de droga.