No sé cuánto
tiempo llevo aquí. Lo único que puedo hacer para distraerme es escuchar.
Veinticinco-dieciséis. Inhalo
no aire, sino el tiempo y vida mientras las gotas de sudor resbalan. Las gotas
caen, tienen un eco rítmico provocado por la forma de la pared. Abro mis
párpados, al abrirlos siguen cerrados y
cubiertos por la bruma negra. Quiero detenerme, prolongar la existencia del
oxígeno que ya se acaba. Veintiocho
dieciséis. Rítmico/polirrítmico, como si ser ecos —apenas
perceptibles— les cediera divinidad. Veinticinco-dieciséis.
Pared irregular, una que permite que el sonido se comporte de esa forma. Un
paso de una vez, y esperar que no rompa el ritmo que llevo hasta ahora.
Esencial saberlo, nuevamente: no agotar el oxígeno para seguir vivo. Tengo que
hacerlo, pasar al acto ahora o de lo contrario nunca lo haré. Veintiocho-dieciséis. Gatear agachándose,
el gas permanece en la parte inferior de la superficie. Seis-dieciséis. Llegar a la pared. Veinte-dieciséis. Las sílabas coinciden con el golpe de las gotas
en el suelo. Metrónomo psíquico, que me acompaña al chocar con la pared. Doce-dieciséis. Buscar en vano algo que
me libere. Seis-dieciséis. No
encuentro nada. Todo eco calla.