Textos no publicados


miércoles, 12 de marzo de 2014

La mosca



Acaricias tu escritorio con las puntas de los dedos. Sentado, dándote la espalda, miro a través de la ventana. Golpeo mi pierna derecha con el pulgar. Éste se detiene sobre el muslo con la precisión de un metrónomo,  y se mezcla con el sonido, la mayoría de las veces imperceptible, que sólo se escucha al guardar silencio y pasar saliva.
Todas mis amigas me dicen que tengo los sentidos y los gustos desordenados, que disfruto exactamente lo que no debería, que lo podrido es mucho mejor que lo fresco. Un hombre duerme a dos filas de distancia. Su rostro se recarga sobre su mano. Me fijo en sus labios, hundidos en su mejilla. Están rojos y ligeramente resecos. Vuelo hacia ellos, me detengo en la nariz y me alejo cuando me ataca con un cuaderno.
Su cuaderno se escapa de sus manos y sale volando. No me doy cuenta de ello sino hasta que me golpea. La sorpresa me hace tirar mi lápiz al suelo. Adrián lo levanta y me lo extiende. Un tanto molesta recojo la libreta y la devuelvo. Ese sujeto, el que estaba dormido, regresa a su estado anterior. Desaparece y deja de ser otra cosa más que parte del paisaje. Dentro de este edificio sólo existimos Adrián y yo. Los demás, el supervisor y los otros presentes, son meros ornamentos.
Aterrizo en el escritorio. Un gordo ríe. La risa hace que una migaja húmeda caiga de su boca. Me sacuden con la mano derecha y vuelo hacia los restos de comida.

Te sigo observando, pero con mayor discreción que antes. Ya te diste cuenta de que mi cabeza gira hacia ti cada pocos minutos. Saco un espejo de mi bolsillo y finjo limpiarlo. Lo acomodo en un ángulo que me permite apreciar tu reflejo en él.
Chupo la mayonesa. Me pregunto si el gordo sabe igual que ella.  Me detengo sobre sus dedos y comparo. El gordo tiene las manos aún más húmedas y saladas que la comida que se escapó con la carcajada.
Adrián limpia un espejo con la manga de su camisa. Me gusta que lo haga porque así puedo ver su cara. Su uniforme negro, ya casi gris por los años, me resulta mucho más conocido que su rostro, que en cuanto hace contacto visual conmigo se esconde. No es que me guste, sino que su persona, ausente y abstraída, despierta cierta curiosidad en mí.
Nuevamente emprendo el vuelo, pero ahora sin un objetivo. Ya no tengo hambre, así que giro por el salón en búsqueda de la cabeza que huela mejor. Paso sobre todas. Los distraídos me observan, sus miradas me inquietan. Sé que ellos serían los primeros en lanzar otro manotazo.

El cemento omnipresente, los rayos de luz que se filtran a través de los pocos árboles y las ardillas al pie de éstos.  La calma sin vacío, llena de ecos, hace que aprecie mejor la manera en que las hojas caídas se mueven por el viento. La manera en la que, de éstas, cae el rocío de la mañana y el vapor de mi aliento humedece el vidrio sobre el que recargo la frente. Tú, a unos centímetros de mi cuello a pesar de estar a metros de distancia.
Me detengo sobre la cabeza de una chica castaña. Huele como el pastel que desayuné. Descanso ahí durante un rato. Froto mis patas delanteras y la chica sacude la cabeza. Decido salir de aquí y me estrello contra un vidrio. El vidrio nunca esta, solamente aparece cuando creo que no podría detenerme. Vuelvo a intentarlo y fracaso de nuevo. De repente estoy en la oscuridad. Una mano me lleva hasta un recipiente que se sella.
Siento un leve hormigueo en la cabeza. La agito, era una mosca. Adrián se pone de pie mientras el supervisor revisa unos papeles en su escritorio. Rodea la mosca con sus manos y la tira al suelo. Escucho su zapato dando un pisotón. Antes de sentarse me sonríe una vez más. Lo hago también.
Ha pasado mucho tiempo. Estoy en un sitio oscuro, todo se mueve y se agita a mí alrededor. Tras un rato, la mano que me atrapó me saca. Me toma con una de las manos y me lleva a su boca. Los dientes se acercan, pero antes de que me aplasten, lo hace su lengua contra el paladar.

Tú, tan bella, y un insecto sobre ti. Finjo aplastarlo para no levantar sospechas y lo meto en un recipiente.  Lo llevo a casa y una vez ahí lo tomo con las puntas de los dedos, lo huelo y lo meto a mi boca.

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